Nicolás Maquiavelo y Erasmo de Rotterdam fueron dos figuras del humanismo renacentista que definieron las características que debía reunir todo Príncipe (o todo gobernante utilizando un lenguaje actual).
En su obra El Príncipe, el florentino considera que todo es lícito con tal de aumentar la propia gloria principesca y del Estado, de ahí aquello de “lo que importa es el fin, y no los medios utilizados para alcanzarlo”. Al Príncipe maquiavélico no le preocupa ser temido por el pueblo al que gobierna, ya que ese temor impedirá toda voz discordante, toda sublevación so pena de los más severos castigos y represalias. Y a la vez ese temor hará que el pueblo acate las ordenes y leyes dictadas por el gobernante pensadas en beneficio propio y del Estado.
En cambio en la obra de Erasmo Educación del Príncipe Cristiano, si bien el gobernante tiene una significación material en cuanto administrador de los asuntos públicos, presenta una finalidad ética superior. El Príncipe para el neerlandés debe ser amado por el pueblo, y no temido. Y es el amor, y el respeto, y la confianza que los gobernados profesan a su Príncipe lo que les hará comportarse de acuerdo a las leyes que el príncipe cristiano dictará ya que siempre lo hará en beneficio del pueblo y no en beneficio propio. Pero tan nocivo puede ser para el Estado un pueblo incapaz de reaccionar por miedo al poder inmisericorde del Príncipe, como un pueblo complaciente y confiado en la benevolencia de su gobernante que como ser humano puede errar en sus preceptos. A lo largo de la historia podemos encontrar ejemplos de una forma y otra de entender el gobierno de los pueblos. Son modelos perfectamente reconocibles. Y seguro que todos tenemos en mente Príncipes, o Reyes o Gobernantes que responden a uno u otro perfil.
Pero los tiempos modernos nos ofrecen un tercer tipo de Príncipe distinto de los Príncipes laicos de Maquiavelo o los Príncipes cristianos de Erasmo: Me refiero al gobernante maquiavélico que se disfraza de Erasmo. Son Príncipes a los que nada importa con tal de ser amados por el pueblo, y por supuesto odian ser temidos por los gobernados. Pero para alcanzar el fervor amatorio del pueblo utilizarán cualquier medio (de marketing) a su alcance, vendiendo si es preciso su vida privada o la de sus mascotas, utilizarán compañeros de partido o de gobierno sin importarles que caigan en la ignominia. O tramarán las más inverosímiles situaciones para desprestigiar al adversario.
Si los lectores a los que me dirijo han llegado a este punto seguro que encontrarán ejemplos de este tercer tipo de Príncipe entre nuestros gobernantes actuales: el que he venido en denominar Príncipe maquiavélico con ropajes de Erasmo. O dicho en román paladino El Lobo disfrazado de cordero.
Juan A. Guillén Juliá
Concejal de Iniciativa Porteña