La Constitución recoge en su artículo 137: «El Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se constituyan».
Un municipio se define como una entidad administrativa compuesta por una sola localidad (lo más común) o varias, haciendo normalmente su denominación referencia a un pueblo o localidad del territorio municipal que administra. En no pocas ocasiones se confunde (intencionadamente la mayor parte de los casos) municipio con localidad; el primero abarca un territorio más o menos extenso, que comprende suelo rústico con campos de cultivo, forestal, fluvial y lacustre, suelo industrial y como no, el ocupado por el núcleo urbano que conforman las ciudades y los pueblos, incluyendo las urbanizaciones y población dispersa.
Recientemente los medios de comunicación han dado mucho bombo a la fusión de los municipios extremeños de Don Benito y Villanueva de la Serena, que han organizado sendas consultas populares, de carácter no vinculante, como forma de valorar el respaldo a la propuesta. Es lógico tal revuelo, pues a pesar del empeño de los partidos políticos, estos cambios en la administración local son contadísimos, 2 casos de fusión (en Galicia) más el actual de Extremadura, frente a las 85 segregaciones desde 1987 en España, las tres últimas en Andalucía en 2019. Y con todo es poquísimo para los más de 8000 municipios en los que se organiza el Estado.
Y es que en España parece que sentimos cierta animadversión por preguntar a nuestros conciudadanos como quieren administrar su territorio más cercano, cuando lo que se pretende tanto con la fusión como con la segregación es conseguir mejorar los servicios prestados. Lo cual pudiera suponer un problema a los pequeños municipios (de menos de 1000 habitantes) a la hora de prestar estos servicios, sino fuera porque las mancomunidades suplen esas carencias con notable eficiencia, recogiendo la basura o prestando agua potable entre otras cosa. Claro que tampoco debemos perder de vista los sentimientos identitarios de cada población, muchas veces vinculados al municipio y muy arraigados mediante lazos de vecindad formados por un conjunto de relaciones sociales, culturales y económicas, que le dan vida y razón de ser.
En otros países se toma estas cosas con más naturalidad y con un planteamiento bastante más democrático. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en Canadá, donde podemos fijarnos en la ciudad de Montreal (la segunda del país) localizada en la isla fluvial del mismo nombre en el río San Lorenzo. En los primeros años del siglo XXI, tuvo lugar la reorganización municipal de Montreal. Así, en 2001 la ciudad se fusionó con las otras 26 ciudades que ocupaban la isla de Montreal, formando un único municipio, tras la celebración de los preceptivos referéndum. En 2004, tras los resultados de otro referéndum, 15 de los antiguos municipios fusionadas recuperarían su independencia municipal el 1 de enero de 2006. Simplemente de los 27 municipios que decidieron unirse para mejorar servicios, 15 comprobaron que no les había ido mejor, así que decidieron deshacer el camino andado y volver a segregarse tras realizar las respectivas consultas a sus ciudadanos. El resto sigue formando parte del municipio de Montreal.
Que la gestión municipal en Sagunto es tremendamente deficiente es algo más que evidente. Que la unión de las dos localidades que lo conforman no redunda en la mejora de servicios prestados es también palpable. Que eso de ser un «gran municipio» tampoco ha servido para atraer más y mejores inversiones o para preservar nuestro Patrimonio es obvio. Entonces, ¿por qué no se consulta a sus ciudadanos si quieren o no seguir como están o constituir un nuevo municipio? Si no funciona siempre se puede volver atrás. Si una metrópoli tan compleja y poblada como Montreal lo realizó sin complejos ni sobresaltos, nosotros también podemos.
Sergio Paz Compañ
Vicepresidente de Iniciativa Porteña