Y llega junio. Ese ansiado mes en el que por fin pasaremos -incógnita- a la fase 3. En la que deberíamos de haber entrado el pasado 8 de junio pero en la que no entramos dado que el raciocinio, aún creyendo que no, puede tener lucidez 1 de cada 100.000 veces. Y, en este caso, la función ejecutiva de su lóbulo frontal decidió actuar y solicitar no pasar de fase. También es de agradecidos reconocer cuando otra persona hace bien las cosas. No cuesta nada alegrarle el día.
Por tanto, nos encontramos en la fase 2. No es tan malo dado que esta desescalada está siendo de lo más curiosa. Podemos salir a la calle, hacer deporte e incluso viajar a la provincia ya sea bien por diversos motivos y todo ello con mascarillas obligatorias. Aquí hay un matiz muy notable, el concepto de obligatoriedad. El cual parece no entenderse incluso aunque se encuentre en el Real Decreto-ley 21/2020, de 9 de junio. Si los ingleses nos escucharan y nos vieran dirían que entendemos más el uso del should que el uso del must. O directamente que a palabras ‘necias’, oídos sordos. Pues queridos y queridas, no basta con alcanzar la sabiduría, es necesario saber utilizarla.
Realmente, me gustaría invitar a la reflexión porque, aunque tardemos 1 semana más en entrar en la esperada fase 3, ¿qué cambiaría al hacerlo? Paseo por la calle y sigo viendo a gente sin respetar la distancia de seguridad, sin mascarilla, siendo obligatoria, y, a su vez, tampoco veo que tengan consecuencias. Por lo visto, el llevar mascarilla es aquello que produce aversión, lo diferente, lo no común.
Ah, la esperada palabra: consecuencias. ¿Necesarias? ¿Innecesarias? No voy a trascender con este concepto puesto que daría mucho de que hablar y mucho que escribir. La palabra que más se ha usado en estos últimos meses ha sido ‘responsabilidad social’. ¿De verdad ha valido la pena? ¿De verdad la ha merecido? En palabras de nuestro queridísimo Cicerón, las cuales contextualizaré: ¿Qué cosa más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo?
De todo esto, quizá vendrá otra situación no bienvenida para ser mejores personas y más humanas. O, simplemente, nunca aprenderemos a serlo. Por esto mismo, dejo un trozo para meditar sobre la indiferencia que mostramos ante las malas actuaciones en esta pandemia, ante las normas establecidas para poder salir ‘ilesos’ -si nos viera Kant no saldría de su tumba-, ante esta patética actitud social que tan poco aporta dejando más que desear. Aquí, las palabras de Niemöller:‘‘ […] Luego vinieron a por los judíos, y yo no dije nada, porque no era judío. Luego vinieron a por mí y no quedó nadie para hablar por mí’’.
Carolina Fuertes Gallur
Concejala de Iniciativa Porteña