SILENCIO – Mario Cerezeda (Jóvenes Porteños)

  No hace falta recordar cómo estamos todos. Bueno, un poco sí, porque no todos estamos igual. Hay quienes no pueden estar confinados en casa por motivos laborales o de otra índole, y aquellos que, en casa, sufren síntomas relativamente graves que les impiden vivir el encierro con cierta normalidad.

  Pero mi reflexión no va por ahí: me apetece hablar del silencio, del silencio del que gozamos ahora en nuestras ciudades. Ese silencio que, sin darnos cuenta, está ahí, roto solo en muy pocos casos. En su mayoría son pajarillos los que nos demuestran que ellos siguen ahí fuera, con su vida normal.  ¿No es maravilloso escuchar piar en medio de una ciudad? Debemos ser conscientes para poder valorarlo. ¡Piar en una ciudad! ¡Día y noche! Increíble. En la normalidad, lo extraordinario es no escucharlos, aunque a veces sí pasa por las mañanas.

  Y es que, si esta crisis nos debe valer para algo, evidentemente debe ser para aprender. No pretendo ponerme romántico (aunque quizás ya lo haya sido un poco): creo que tienen que ser lecciones sencillas, básicas, útiles y que pongamos en práctica con rigurosidad. Parece indiscutible que ahora, en tiempos difíciles, incluso de supervivencia, todos hemos valorado la importancia de una sanidad pública con recursos suficientes, con ampliación de servicios en proporción al aumento de la población, y sin tolerar el mínimo recorte que pretendan imponernos. Este es nuestro patrimonio más preciado y debemos defenderlo siempre. Pese a esto, yo pretendía hablaros del silencio, eso que nos transmite tanta calma, tanta tranquilidad, tanta paz. Imaginemos una ciudad así: llevar nuestro día a día normal, pero poder abrir la ventana y no oír ruido, poder pasear en calma absoluta, poder sentir el canto de las aves que viven con nosotros. Parece un sueño, sí, pero en realidad no lo es tanto. Ahora mismo, en nuestra sociedad, tenemos a tiro de piedra un avance inmenso: cambiar la forma de movernos por algo que no solo no emita ruido, sino que tampoco contamine ni ocupe mucho espacio. En efecto: debemos intentar dejar nuestro pesado y gran coche parado lo máximo posible y buscar alternativas. Dentro de la ciudad las hay por doquier: a pie o en bici si te gusta hacer actividad física, o cualquier opción de movilidad eléctrica si prefieres (o no puedes) hacerla: un patinete eléctrico, por ejemplo, asequible y que cumple todos los requisitos anteriores. Y a ello habría que añadir el ahorro sustancial de dinero. Y es que precisamente nosotros, en El Puerto, lo tenemos muy fácil: vivimos en una ciudad llana, suficientemente amplia y con muy buen clima. Incluso disponemos de varios corredores para desplazarnos a nuestro vecino Sagunto si así lo deseamos. A quien no le convenza ni lo uno ni lo otro, siempre puede intentar moverse en autobús (iba a decir “transporte público”, como si tuviéramos tren y esas cosas que tiene todas las ciudades grandes como la nuestra… En fin, ese es otro tema). Y si no, pues que siga utilizando su vehículo particular; como es natural, no pasa nada, no le criminalizaremos por sus decisiones, pero sí que le pediría, cuanto menos, que se plantee todo lo que estoy contando arriba: ahorro económico, ahorro de espacio, ahorro ecológico, ahorro acústico… Incluso ahorro en la fluidez, esto es, en el tiempo que se invierte en llegar a un sitio.

  En definitiva: espero que esta crisis nos sirva para mejorar, para aprovechar que estamos parados y pensar en cómo mejorar nuestra ciudad entre todos, para tener, a fin de cuentas, una ciudad mejor.

 

Mario Cereceda Núñez
Integrante de Jóvenes Porteños

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