Vivimos en una sociedad tecnológica, en la era de la globalización. Esa era informatizada donde, ahora, lo más frecuente es comunicarnos a través de dispositivos electrónicos. Una era donde hemos preferido cambiar la socialización por la digitalización. Donde hemos preferido perder el valor de conocer a las personas. Aunque, hay que decir, que esto es muy curioso porque, probablemente, el hecho de usar nuevas tecnologías nos proporciona, como sociedad, una comodidad social exacerbante donde si puedo evitar mirarte a la cara, no lo dudes que lo haré. A muchos y muchas les favorece el no tener que encontrarse con el otro, les permite reprimir ese sentimiento de vulnerabilidad recatando sus inseguridades más profundas porque, si lo puedes tramitar a través de un ordenador, ¿por qué voy a dedicarte tiempo si, probablemente, ni me importes?
Un claro ejemplo que podemos vivenciar es con nuestras administraciones públicas, especialmente en nuestro pueblo. Ahora todo se tramita vía electrónica. Y, por un lado, me preocupa, porque perdemos el encuentro. El encuentro con el ambiente fallero, por ejemplo, para conocer sus proyectos y actividades desde cerca y no simplemente leyendo un papel y dictaminando si cumple los requisitos o no. Y, por otro lado, esto, también, me hace plantearme una cuestión, ¿qué ocurre con la relación entre personal, administración y, sobre todo, con la ciudadanía? Esa ciudadanía a la que tenemos que prestarles nuestros servicios pero que, por lo visto, se prefiere hacerlo ‘‘electrónicamente’’. ¿No estamos, con ello, perdiendo la calidad de la relaciones humanas y sociales? O más que perder la calidad de esas relaciones, ¿no estamos aprovechando esa ventaja para evitar que nuestro yo interno soslaye el ser dañado cuando no hacemos las cosas de manera correcta y adecuada? Si ya lo dijo Confucio: la vida es muy simple, pero insistimos en hacerla complicada.

Carolina Fuertes Gallur

Concejala de Iniciativa Porteña