Una de mis aficiones es viajar, si bien es verdad, que por tiempo y economía no lo practico todo lo que me gustaría. Quizá entre mis rarezas, que como casi todo ciudadano también las tengo, está que me suelo fijar en cuestiones tales como los orígenes de los pueblos que visito, el color político de su ayuntamiento y el trato que le dan a su patrimonio. Cuántas veces habréis escuchado decir: «ya ves tú: aquí con cuatro piedras viven, y allí en Sagunto…».
Pero no quiero hablar del valioso patrimonio histórico de Sagunto, tan escasamente valorado por sus habitantes. Mi reflexión va sobre el Patrimonio Industrial de mi pueblo, El Puerto. Y lo primero que me viene a la cabeza es la falta de respeto que le tiene el Ayuntamiento de Sagunto. Claro, si no saben poner en valor la milenaria historia de su ciudad, estos cerebros tan aventajados, difícilmente encontrarán un motivo para cuidar el montón de chatarra porteña.
Si algo puedo destacar de otros lugares, precisamente es el amor hacia sus orígenes, y quizá el problema aquí estriba en ese pequeño detalle. No nos están mostrando nuestro pasado, más bien diría que la mayoría de los porteños, sobre todo los jóvenes, desconocen nuestra historia, las anécdotas que impregnan nuestras calles, la contienda de la guerra civil, cómo se implantó la siderúrgica, quién es Ramón de la Sota, por qué hay una calle llamada Luis Cendoya o un instituto denominado Eduardo Merello, etc.
Algunos adolescentes dado su, en general, profundo desconocimiento de la historia porteña, ante la comparativa con la milenaria ciudad de Sagunto, difícilmente pueden encontrar interés en infraestructuras tan valiosas como el Horno Alto o la nave de talleres generales. Claro, ante aquellos que nos atrevemos a discrepar de esas valoraciones surgen, en este caso con mala fe o quizá por ignorancia, voces que difícilmente nos entienden.
Y la explicación del porque algunos porteños defendemos lo nuestro, es bien sencilla: amamos a nuestro pueblo. La Gerencia, el museo industrial u otros lugares emblemáticos como la Iglesia de Begoña o el Estadio Fornás han sido testigos mudos de nuestra historia, ante los que resuenan las voces de nuestros padres, de nuestros abuelos y de todas esas personas que hicieron posible que nuestro pueblo surgiera con fuerza, con su identidad propia y diferente dentro del Camp de Morvedre.
Defender nuestro patrimonio es defender el legado de nuestros antepasados, es una historia escrita con trabajo, con sangre y con muchas lágrimas. Nuestra obligación es evitar que ésta desaparezca ante la estrategia perfectamente calculada de quienes quieren borrar la identidad de nuestro pueblo. Como auténticos Quijotes, algunos ciudadanos, segregacionistas o no, nos empeñamos en mantener nuestra posición ante las acometidas, y sobre todo, el implacable paso del tiempo. Las voces de nuestros antecesores resuenan entre los restos de la siderúrgica, en el pantalán, en el barrio obrero… esas voces son como un eco cada vez más lejano. En nuestras manos está mantener su legado, y no les quepa la menor duda de que lo haremos perdurar.
Atentamente:
Manuel González Sánchez
Portavoz de Iniciativa Porteña